miércoles, agosto 08, 2007

Recuerdos de la Upla IV: La Abuelita de Piolin.


Cuando estaba en tercer o cuarto año en la carrera de historia, debí ir tomando los ramos de educación que me permitían acceder al título de pedagogía. Entre ellos estaba el de “Filosofía de la Educación” del cual trata este post y que según me comentaron algunos compañeros que ya habían aprobado la asignatura era bastante “Papa”.

En la primera clase pudimos naturalmente conocer a la profesora, una señora entrada en años, pequeñita, moño tomate, falda larga y con una voz mínima, le decían la Abuelita de Piolín. Pero creo que le quedaba grande el sobrenombre ya que aquella al menos tenía la potente energía de apalear y escarmentar al gato Silvestre que obsesiva y reiteradamente quería comerse a ese detestable canario amarillo, en cambio ésta a pesar de sus buenas intenciones y al parecer no menor experiencia se veía ya débil y mínima al enfrentar al bizarro mundo estudiantil de la universidad.

Pero que le tenía preparado a esta bonachona abuelita la siempre monstruosa organización administrativa de la UPLA?, una pregunta elemental en especial cuando se trataba de aquellos profesores neutros que no manejaban ni poder ni pitutos.... pues bien, la esperaban más de 300 alumnos en una sala que con suerte tenía capacidad para unos 80. Como referencia, lo usual era que un curso a todo reventar tuviese 50 estudiantes. Para colmo de ellos al menos unos 100 eran de Educación Física, cuestión no menor que más adelante desarrollaré. Muchachos escribiendo parados apoyados en la pared de la sala, otros en el suelo, otros escuchando desde el pasillo, hacinamiento total, un auténtico desastre, además que obviamente la pequeña voz de la profesora no llegaba jamás hasta el fondo de la sala.

La profe no era de la línea “Chanta” y en términos generales era una buena y recta docente, aunque en edad de jubilar. Su criterio aún le permitía apreciar el desastre con el que se la habían “calzado”, del cual reclamaba justificada e insistentemente en cada clase, buscando sin poder encontrar miles de estrategias para hacer posible lo imposible es decir sacar adelante la asignatura.

Vale la pena en este instante hacer un alto para referirnos a los estudiantes de educación física. Ellos eran miembros de la carrera con mayor índice de “rajados” de la universidad y no precisamente por sus ramos específicos como: Trotar 1 y 2, Pegarle a la Pelota avanzado, o Sudoración Atlética. Su talón de Aquiles eran los simples ramos de educación que para el resto de la carrera eran aquellos fáciles que les subían a todos el promedio de notas. Traduciendo: a muchos de estos atléticos alumnos desde el momento que se les cruzaba el Abecedario o contar hasta 10 se les acababa la fiesta.

Ya he hablado que solían entrenar en la biblioteca y que no era inusual que mientras leías un texto cabezón tipo Marc Bloch o Schopenhauer te cayera una pelota de básquetbol en la cabeza. Además allí entre los libros cantaban y bailaban despreocupadamente, como en todas partes del recinto. Mientras todos parecíamos unos oscuros izquierdistas intelectuales ellos siempre se veían guapos y guapas, con ropa de última moda, apolíticos y siempre excesivamente alegres. Eran, en su mayoría, como niños para no ofender con alusiones zoológicas.

Volviendo a nuestra abuelita profesora, dada la complejidad de hacer pruebas y luego corregirlas para 300 individuos, decidió centrar toda la evaluación en un contundente examen final con una ponderación del 80%. Para ello dio una lista de alrededor de 10 libros, situación que anunció con dos meses de anticipación pero que naturalmente a la semana de llegar dicho examen la mayoría de nosotros ni los habíamos revisado. Los pobres 100 de educación física iban perdiendo la sonrisa día a día, 10 libros era definitivamente una verdadera montaña y ya divisaban que al igual que muchos de sus compañeros este ramo Educación les podía en forma bastante certera coartar sus carreras.

El día del examen, la profesora sabiamente se consiguió el aula magna, hecho insólito pero real, el que tuviese un escenario con tarima y la suficiente cantidad de sillas –butacas- lo hacía el único lugar plausible en toda la casa de estudios para tomar la evaluación. Para nosotros era incomodo pero claramente funcional al objetivo. Además nos distribuyó por todo el teatro, separó a los que alcanzaba a vislumbrar como amigotes y exigió un sagrado silencio. En estado de tensión máxima y con asistencia casi completa repartió una prueba de 6 hojas en su mayoría de alternativas.

Se veía bien cabronasa la famosa prueba, yo había alcanzado a leer unos 6 textos los que creí -previo consenso con mis compañeros- que eran los más importantes y siempre esperé que como la mayoría de las pruebas de educación esta fuese bien abordable, pero nada, la viejita hizo catarsis con nosotros y se ensaño preguntando detalles y abarcando los 10 textos sin misericordia alguna.

El silencio y la angustia iban “in crescendo”, mientras la otrora amorosa señora parecía un carcelero nazi haciendo guardia mientras recorría severamente los pasillos del Aula Magna. Nadie decía ni “pio”. De pronto leí una pregunta de uno de los textos que si había revisado y no entendí su contexto, levanté la mano para preguntar pero la profe no me vio. Entonces me paré para que me divisara y ella incluso pasó caminando enfrente mió, pero nada, conclusión: todos se dieron cuenta allí que simplemente estaba medio ciega. Dado lo anterior esperé que pasara perpendicular por mi fila, y la llamé a viva voz “profesora… oiga profesora…. Profeeeeesoraaaaa!!!!!” llegué hasta los gritos, todos me escucharon menos ella. Conclusión: Quedó en evidencia que era también sorda como tapia.

Tras un instante de incredulidad y de razonamiento instantáneo el teatro explotó, todo el mundo comenzó a rescatar sus fotocopias, a dar a luz de diferentes partes de cuerpo sus torpedos y compartir a viva voz la prueba en una bacanal de promiscuidad de fotocopias y griterío. Desde una esquina a otra del Aula Magna nos gritábamos las alternativas, intercambiábamos los exámenes, discutíamos parados las respuestas, nos prestábamos los libros. La marcialidad de la evaluación se fue al tacho de la basura y supuestamente todos aseguramos felices nuestro 7. Mientras tanto la pobre ancianilla siguió paseándose con su ceño fruncido, demostrando un rigor vetusto, que ya sus sentidos contradecían. .

Como es natural pasadas unas semanas la señora tenía los resultados de aquel inolvidable evento. Por alguna razón que no recuerdo decidió leerlos en clases de forma pública. Dividió las evaluaciones en grupos por carrera, y así comenzó. Por ejemplo “Historia: Zamorano un 6,8, Mella un 7,0, Muñoz un 7,0, Shats un 6,8… etc. Castellano: Alfaro un 7,0, Mardones un 6,9, Riquelme un 7,0…” etc. Filosofía, bibliotecología, Inglés y todo el crisol de carreras agrupadas en el ramo jamás bajó por razones obvias del 6,5. Pero faltaba una por nombrar que dejó al final… “Educación Física: Santibáñez un 3,5, Guajardo 4,0, Cevallos 2,0, Anguita 3,8….” Casi puros rojos matizados por algún 4 o 5.
Debo confesar que aún a veces, después de más de 10, cuando me distraigo en la nada , me sigo preguntando como cresta lo hicieron los chicos de Educación Física para copiar mal



PD: Por favor no me odien todos los estudiantes y egresados de Educación Física del mundo como ya lo han hecho otros grupos como los Mantilhuanos y los Testigos de Jehová. Había muchos estudiantes de esta carrera que también eran bien capaces y acá no hago más que exagerar y hablar de alguna mayoría.


Si quieres leer la saga completa de los Recuerdos de la Upla acá están los vínculos:


Recuerdos de la Upla: Parte I: El Profesor Von W.

Recuerdos de la Upla: Parte II: El MAS

Recuerdos de la Upla: Parte III: Administración e Infraestructura.