viernes, septiembre 22, 2006

Mochileando en Mantilhue: Capítulo II



Era tan evidente el carácter rural y por supuesta añadidura bonachón de la señora, que a ninguno de los dos se nos ocurrió preguntarle el precio del terreno que compartiríamos con su ganado, ni dudar siquiera de sus “baños lindos y limpiecitos”. Simplemente, instalamos la carpa donde nos dijo y decidimos probar que tal.

Recién comenzaba el viaje y estos pequeños contratiempos no menguaron nuestro ánimo. Rápidamente, decidimos salir a pasear alrededor del pueblito, siempre es rico recorrer tu lugar de vacaciones en forma pedestre y llenar el estómago aventurero de lindas experiencias. Pero, primera gran decepción, las caminatas allí eran bien inviables, o más bien se podía caminar pero como preso en una larga celda, un kilómetro hacia el este y de vuelta al oeste. El camino era raro como que se cortaba en bosque en ambos costados y, además, un bosque tupido e inexpugnable, en la práctica no se podía avanzar, no me pidan detalles lógicos pero no se podía, hoy me lo imagino como los cuentos de marineros en la época de Colón, como que luego de esos bosques venía el acantilado, era como el punto final de un planeta cuadrado por ambos costados.

A la pobreza del trekking hay que añadir los coliguachos, si Mantilhue alguna vez crece a la categoría de pueblo de relevancia, su escudo debiera contar con la imagen de tal molesto y abundante bicho. El sitio estaba infesto de coliguachos, eran muchisisisimos te atacaban de 10 con suerte, lo que hacía imposible actividades tan importantes y humanas como simplemente estar afuera. Si caminabas el kilómetro mantilhuano parecías un pajarraco descoordinado siempre aleteando y pegándote en la cabeza evitando que te succionen la sangre. Por lo tanto, a los pocos minutos de estar en el “balneario” nos acostumbramos a andar con un buen palo en la mano tratando de achuntarles, cosa que no era fácil incluso con la práctica que proporcionan varios días en el lugar.

Después de descartar la caminata como pasatiempo, la belleza del lago Puyehue y la playa local eran otra cuestión medular a la que habíamos ido. Sacamos las toallas y nos echamos en la arena a tomar solcito a leer, etc., sin embargo también se presentaron serios inconvenientes, los pocos autos, jeep y camionetas que pasaban por el pueblo gustaban de recorrerlo por su playa. Varias veces estuvimos a punto de ser atropellados, de hecho la arena estaba llena de huellas de ruedas, pero si querías simplemente correr el riesgo suicida de morir reventado en ella, los coliguachos te recordaban que había cosas aun peor que la muerte, ergo olvídate por ejemplo de leer un libro en esas condiciones.

Sin desanimarnos, aún nos quedaba bañarnos en el lago que en el sur siempre son un poco fríos pero tranquilos, hermosos y refrescantes. Nos lanzamos al agua, pero nuestros amigos coliguachillos nos siguieron hasta allí, y entonces “eureka” usamos la alternativa de escabullirnos buceando ya que en el agua nunca nos encontrarían, pero para pasarnos 12 horas sumergidos hubiésemos necesitado equipos submarinos de alta tecnología con los que por cierto no contábamos y creo que aún no se inventan. De hecho, cuando me encapriche en respirar un rato, al sacar mi nariz un bicharraco se posó en ella y se alimentó de la sangre de mi prominencia respiratoria. Definitivamente ni caminar, ni tomar sol, ni bañarse, ni nadar, ni casi respirar, eran actividades adecuadas para practicar en el lugar.

Sin embargo, entre tanto intento frustrado pero variado las horas corrieron con cierta rapidez. A todo esto, también fuimos a visitar el camping indicado por Turistel y nos encontramos con un recinto cerrado por gruesas cadenas y candados, con la hierba hasta el cielo lo que demostraba que llevaba varios años clausurado, y eso que la guía de camping decía renovarse y comprobarse año a año.

Llegada la hora de la comida, junto a las vaquitas, encendimos nuestro anafre de mochilero para preparar una deliciosa sopa de espárragos, pero ¡ohhh sorpresa! el fuego del anafre se apagaba, ya que Mantilhue era una locación muy ventosa. Para hacer ese miserable plato nos gastamos un baloncito de gas completo y la sopa quedó derechamente fría - ni siquiera tibia - llena de grumos enormes del tamaño de un bolón que tuvimos que ingerir con asco y raspando el paladar. Así, ese día llegamos a la conclusión que cocinar no era una actividad que pudiésemos realizar con calma en ese pueblo.

Medio hambrientos pero con la esperanza de un mejor amanecer nos fuimos a acostar ese día. Nos metimos a los sacos y tratamos de descansar. Pero aquí nos encontramos con dos nuevas sorpresas: el poder de la fe y las curiosidades etológicas de la fauna vacuna enfrentadas a la tecnología habitacional outdoor.

Respecto de lo primero, a poco pegar los ojos escuchamos con mucho ímpetu y volumen vocal los cantos a viva voz de un fervoroso grupo religioso (Testigos de Jehová, acaso) que habían hecho campamento a pocos metros de nosotros. Las alabanzas al Señor nos dificultaron gravemente el dormir y cuando por fin algo lográbamos sumergirnos en sopor, los sueños estaban plagados de imágenes bíblicas siempre perturbadoras para un par de agnósticos. Bíblico y todo, dormir es al fin dormir, sin embargo aquí entró en acción el segundo elemento despertador, por alguna razón que alguna vez National Geographic deberá investigar, a las vacas les fascinan la carpas y esa fascinación es de carácter medio sexualizada, a ellas les encantaba nuestra pequeña carpa iglú para 4 personas. De a montones se acercaban a ella para chupetearlas y langüetearlas con ganas, cuando su lengua pasaba entre la tela y nuestros cuerpos nos llegaban a mecer, ahí descubrimos la versatilidad de la naturaleza ya que los mismos palos mata coliguachos servían para salir en calzoncillo en medio de la noche a corretear a las coquetas vacas. En fin, definitivamente Mantilhue no era un lugar muy agradable tampoco para dormir.

Mal dormidos despertamos tipín 6 de la mañana con los cantos de varios entusiastas gallitos. Nos vestimos y como es parte de la fisiología mañanera nos fuimos a orinar a los “lindos y limpios bañitos de la señora”, sin embargo en vez de baños nos encontramos con un hoyo de una putrefacta letrina en el centro de unas casetas destartaladas, antes de entrar a ella a unos 10 metros ya se podía sentir el horrible hedor que expelía, bastó visitarla una vez para saber que no queríamos ir más. Sin perder las ganas y considerando que esto tenía ribetes de aventura ecoturistica decidimos usar la vegetación para verter nuestros desechos. Acá de nuevo la geografía de Mantilhue nos traicionó, el campo era tan plano que aunque te internaras varios kilómetros a regar un arbusto siempre se podía ver que estabas meando por ahí. Pero no había vuelta y perdimos por un rato la vergüenza, sin embargo, algo elemental se nos había escapado de nuestro inventario, para tener un buen ganado vacuno como el de nuestra anfitriona no sólo se debe tener vacas sino también el macho de la especie, también es bien sabido que a los toros el color rojo o rosadín – en este caso el de nuestros traseros pelados al sol- les llama a la furia. De esta forma a no mediar la mitad del chorro orinal que el fuerte viento también nos devolvía en nuestras ropas, el respetable toro salió veloz a embestirnos con sus cuernos. A poto pelado corrimos desesperados de vuelta a la carpa saltando zanjas y cayéndonos al pastizal en una escena por cierto patética. Nueva conclusión, Mantilhue no era tampoco un buen sitio para orinar ni defecar.

jueves, septiembre 21, 2006

Mochileando en Mantilhue: Parte I


Con mi amigo Cristian bajamos del helicóptero vestidos de comandos, con nuestras caras pintadas de guerra, un cuchillo en los dientes, y la metralleta en nuestros brazos. Los escasos habitantes rurales de la zona costera norte del lago Puyehue gritaban despavoridos mientras los perseguíamos atrapábamos y liquidábamos ahí mismo, ancianos, Testigos de Jehová y los que se emborrachaban en la playa ese fin de semana nos miraban impactados, desorientados antes que blandiéramos nuestra armas en sus vientres. Como en un juego de niños cada asesinato lo celebramos como un gol, golpeándonos las manos en un saludo en el aire. Luego de matarlos a todos rociamos las casas y cabañas con parafina e incendiamos el pueblucho completo. Reíamos a carcajadas, demencialmente mirando como se consumía el pueblo y sus habitantes. De pronto en medio del holocausto al unísono elevamos nuestros metralletas al cielo, no habíamos gastado una sola bala, reservándolas para nuestros peores enemigos, así disparamos y de inmediato cayeron miles de coliguachos atravesados por nuestros disparos. Estábamos más alegres que nunca, más satisfechos que con los humanos. Luego apretando los dientes, seguimos disparando a los insectos, caían de miles, chorreándonos su sangre bicheril ………………………….

Desperté jadeando de la emoción intensa y vengativa que me había provocado el sueño, pero la realidad se hizo presente con la habitual oscuridad que nos acompañaba esas vacaciones, ahí estaba la carpa iglú para 4, el saco de dormir, la ropa y cachureos varios amontonados a nuestros pies y mi amigo Cristian, durmiendo arrebujado en su saco. Recién amanecía y no había caras pintadas, ni armas ni nada que nos permitiera enfrentarnos con dignidad a nuestra terrible realidad, estábamos mochileando en Mantilhue algo equivalente al Bagdad actual pero de los mochileros. Un lugar terrible y tenebroso al que habíamos llegado por una mala recomendación y de donde no podíamos escapar.

Días atrás en el bus que nos llevaba al sur con mi compañero conversamos sobre lo inadecuado que era ir al baño en un bus y peor aun sentarse a depositar desechos humanos en el WC. Simplemente asqueroso e incomodo eso no era por cierto para nosotros. Luego esas palabras recobrarían caprichosamente su sentido.

De mañana llegamos a Temuco y rápidamente tomamos otro bus a Osorno, luego Río Bueno y de ahí una locomoción rural a Mantilhue. El vehiculo tomo dirección hacia el este cordillerano, en un camino extraño, estando en la 10ª región con su verdor natural este paisaje se veía árido y plano, los villorrios que eran muchos se parecían deshabitados y fantasmales como de cuento Lovecrafiano. Lo otro que llamó mi atención era lo extenso del camino, llevábamos varias horas internándonos más y más por esa planicie monótona y nunca llegábamos a destino. De tanto en tanto el asistente del chofer a quien llamábamos el azafato se acercaba a nosotros:

- A donde dijeron que iban?
- A Mantilhue.
- Pero si ahí no hay na…. Tan seguros?

Con Christian nos habíamos puesto de acuerdo que cada uno escogería un destino, y Mantilhue había sido mi elección. Yo tomé la guía de camping de la Turistel y me fijé en que recinto tuviera más estrellitas (en abecedario Turistel más belleza natural) y menos signo $ que no tengo para que explicar que era, y el resultado de esa combinación resultó ser Mantilhue. Más buena infraestructura – así decía - de camping, una larga playa y una vegetación generosa. Era, se suponía, a la segura.

Cuando ya todos se habían bajado de la diligencia y de ello había transcurrido una hora y mientras el azafato nos habían continuado mirando con una mezcla de pena e incomprensión el bus nos arrojó en Mantilhue.

El lugar era raro, el hermoso lago Puyehue por un lado, junto una larga playa aplanada llena de marcas de automóvil, al frente un campo plano y extenso, un tanto árido y pampino, se podía ver hasta muy lejos sin montañas de por medio a su vez unas pocas casas de madera destartaladas e intermitentes que se asomaban por la costa. Al final del camino se podía ver una península rocosa tapizada de árboles altos que marcaba un particular fin de mundo. Y el más absoluto desierto humano, nadie afuera, nadie en el lago bañándose, cero asomo de turismo ni de camping alguno. Pensamos que nos habíamos equivocado, el lugar no era muy bonito como decía el famoso librillo, y su famosa infra no aparecía.

Atinamos en medio de la confusión a llamar a viva voz a una de las casas, después de un rato y con calma agro-frutícola salió una abuelita a recibirnos.

-“No niños aquí no hay ni una cuestión de camping, hace muchos años que cerraron” y continuó.

- “Pero no se preocupen aquí tengo un pastito muy bueno donde pueden acampar” y extendió su dedo huesudo y vetusto en dirección a sus extensos campos en medio de las vacas. Terreno ondulado y pastoso pero en nuestra desesperación lo aceptamos.

- “Además tengo unos bañitos muy lindos y limpiecitos niños” que pueden ocupar sin problemas.

- “Ok señora” le dijimos “creemos que estaremos hasta mañana en que tomemos el bus de vuelta a Río Bueno ya que pensamos que había un camping aquí”…

- “No, no, no chiquillos si este bus pasa re nunca, pal próximo lunes creo que pasa otro”.

Nótese que estábamos a miércoles, nos esperaban largos 5 días en Mantilhue… mucho más largos de lo que esperábamos.